Frente a las diversas reacciones que pueden estar experimentando las personas después de un desastre como el ocurrido en el norte de Chile por las lluvias y aludes, están las posibles respuestas que podemos esperar frente a un estresor tan potente como el que hemos vivido, y que forman parte de nuestros mecanismos de adaptación ante este tipo de acontecimientos; que por lo demás nos sirven de ayuda para ponernos de pie y seguir adelante.
Todos nos hemos visto expuestos, de manera directa o indirecta, a una situación que supera nuestra capacidad de respuesta. Se ha roto de manera brusca nuestra manera habitual de funcionamiento, generando la sensación de miedo y estar desbordados. Esta desorganización que experimentamos se traduce en reacciones esperables y transitorias de estrés, tanto en adultos como niños.
Estas respuestas transitorias – agudas de estrés se pueden agrupar en cinco áreas:
- Cognitiva: dificultad para concentrarse y de memoria, confusión y desorientación, pensamientos intrusivos, rumiación en torno a hechos negativos
- Emocional: tristeza, temor, ansiedad/angustia, impotencia, rabia, frustración, sentimientos de vacío, desesperanza.
- Somático: tensión y dolor muscular, cefalea, taquicardia, sensación de ahogo, suspiros, náuseas, vómitos, diarrea.
- Conductual: irritabilidad, trastornos del sueño (insomnio o hipersomnia), trastornos de apetito, estado de alerta constante (hiperalerta), aumento o disminución del nivel de actividad, evitar pensar y/o hablar de la situación.
- Relacional: cambio de las formas habituales de relación, descoordinación en las acciones, dificultad para ponerse de acuerdo en cómo proceder, las responsabilidades se superponen y/o se diluyen, culpabilización mutua, descalificación de los recursos de otro, activación de conflictos previos.
- Estos síntomas pueden acompañarnos por varios días, siendo esperable que en la gran mayoría de los casos vayan disminuyendo en intensidad y frecuencia para desaparecer antes de tres meses. Por lo tanto, no es recomendable “etiquetar” con un diagnóstico psiquiátrico de manera apresurada muchas de estas respuestas, especialmente dentro del primer mes de ocurrido el evento.
El impacto de esta catástrofe no sólo nos ha tocado a través de la devastación de nuestro entorno, también ha afectado nuestros lazos comunitarios y familiares. No sería esperable que luego de semejante remezón no tuviésemos una reacción de angustia. Éstas se constituyen como una respuesta adaptativa que nos permiten hacer frente a la situación, estar preparados en el futuro inmediato y elaborar los acontecimientos de manera positiva, constituyendo una situación de aprendizaje.
¿Cómo ayudar a los niños en estas situaciones?
Los niños no se escapan a esta realidad y requieren integrar esta nueva experiencia. Un desastre natural amenaza el sentido de seguridad y control que tenemos y en los niños, esto puede ser aún más intenso. Así, es esperable que estén más apegados que nunca a los adultos que les brindan una sensación de seguridad.
Los niños se han visto expuestos de manera directa a la destrucción producida por la catástrofe, en ocasiones experimentando la muerte de algún ser querido. Pero ellos además, se han visto afectados secundariamente al vivenciar el terror, la impotencia, la angustia de sus padres, ya que depositan su confianza en la seguridad que los adultos les brindamos. Por otra parte, los miedos también pueden surgir de la propia imaginación de los niños y es fundamental tener esto en consideración ya que el niño vive sus fantasías otorgándoles realidad.
¿Qué le debo decir? Es importante no negar lo ocurrido. Si bien algunos padres han evitado el tema con el fin de protegerlos, esto impide que el niño exprese sus temores y aclare sus dudas. Se recomienda explicar al niño en forma simple y clara lo que ocurrió. Es bueno aprovechar sus preguntas para despejar fantasías que el niño pueda tener. Algunos niños pueden creer que esto ocurrió por algo que ellos hicieron o que Dios nos mandó un castigo. También es importante no sobrecargar al niño con información que él no necesita. Lo ideal es mostrarse receptivo a hablar el tema con él y dejarlo a él marcar la pauta de la conversación.
Mida sus reacciones. Recuerde que los niños son como una esponjas, absorben y aprenden de nosotros no sólo lo que les decimos, sino nuestra forma de actuar y sentir.
Expresar Emociones: Hable con su hijo sobre los sentimientos que él tiene. No los juzgue, más bien recíbalos, acoja y tranquilice al niño tiernamente. Permítale que llore, sin pedir que sea fuerte. Puede compartir lo que siente con él; eso los acercará y le va a permitir al niño saber que es comprendido. Cuéntele cómo maneja usted sus miedos.
Los niños no sólo expresan emociones verbalmente como lo hacemos los grandes. Los dibujos o los juegos pueden ser una vía muy rica para tratar el tema, especialmente en los niños que están muy contenidos y no logran hablar.
Aceptar las reacciones y volver de a poco a la normalidad: Algunos niños pueden volver a conductas más infantiles. Por ejemplo, empezar nuevamente a chuparse el dedo, a mojar la cama, a estar demasiado apegado a usted. Intente aceptarlo. Como decíamos, tanto sus respuestas al estrés, como las de sus hijos, son esperables. Necesita consuelo y seguridad: evite regañarlo. Poco a poco vaya regresando a la normalidad.
Vivirlo en familia: El que todos se puedan acompañar en el proceso es fundamental. Cada uno va a asimilar la experiencia de manera distinta. La unión de la familia le permitirá al niño sentirse a salvo. El cariño es una fuente de seguridad: Abrácelo, tóquelo, sea cariñoso con él. Sobretodo, al momento de irse a dormir necesita sentirse seguro. Es normal que al principio quiera dormir con los padres, sin embargo, hay que ir retomando la rutina normal en la medida que lo vea preparado para hacerlo.
Permítale ayudar en el proceso de reconstrucción: Ayudar en el proceso es una manera muy constructiva de lidiar con nuestra pena y sentimientos de pérdida. Déle la oportunidad al niño de participar en esto si es que lo desea, él/ella puede hacerlo desde su edad por ejemplo, regalando un juguete o ayudando a reparar algo que se rompió en casa producto de la catástrofe.
Si los síntomas persisten en usted o sus hijos, o si en lugar de disminuir se van haciendo más intensos, pida ayuda a un especialista.
Cuando nos enfrentamos a situaciones tan radicales, no sólo surgen nuestros miedos y defensas; también surgen todos nuestros recursos y nuestra capacidad de afrontamiento. Si nos detenemos a mirar un momento, podemos ver nuestras fortalezas, las de nuestros hijos, la de la familia y la comunidad en miles de actos solidarios, en la preocupación y las ganas de ayudar. En la medida que cada uno despliega lo mejor de sí mismo y nos mantenemos unidos como grupo humano, somos capaces de hacerle frente a las tragedias que se han vivido en estos días.
Preparamos una una cartilla de ayuda en caso de catástrofes, la que pueden descargar haciendo click aquí
Por: Dr. Jorge Ochoa Muñoz. Médico Cirujano, Universidad de Valparaíso. Psiquiatría Adultos, Universidad de Chile.