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Balance de fin de año y la esperanza de una vida mejor

Experiencia


Autora: Andrea Lasagna, Psicóloga Clínica.

Llega fin de año y sentimos que colapsamos, nuestro cuerpo da cuenta del cansancio y las demandas que tuvimos que enfrentar. Los seres humanos, independiente de lo que hagamos, en más de una ocasión nos sentimos demandados ya sea por el jefe, los hijos, marido, pareja e incluso por nosotros mismos.

Comenzamos a re-plantearnos cómo nos ha ido, que logramos y que no, aparecen los temas familiares, los proyectos laborales, las decisiones importantes, los conflictos resueltos y los no resueltos; todo cabe en las sumas y restas del fin del año que se acerca.

Pero, cómo lograr que sean las sumas y no las restas las que primen en nuestro balance, ¿cómo logramos que aquello difícil que nos tocó vivir no incline nuestra balanza?

Lo primero es entender que en muchas ocasiones aquello que consideramos “malo” resulta ser una experiencia que, a pesar de su dificultad, nos lleva a enfrentar situaciones que ponen en juego nuestras capacidades o recursos. De toda experiencia difícil podemos rescatar algún aprendizaje o aceptar vivirla como una oportunidad para generar un cambio. Seguramente, esto resulta más difícil si durante el transcurso del año vivimos la pérdida de un ser querido, una separación o nos quedamos sin trabajo, aun así, estas circunstancias vitales nos permiten posicionarnos de otra manera frente al mundo y en muchas ocasiones esto puede generar un cambio positivo.

Siempre habrán problemas que acompañen nuestro andar: “una de cal y otra de arena” difícil que sea de otra forma, por tanto a la hora de hacer un balance es importante focalizarse en los logros y en los recursos puestos en juego para alcanzarlos ya que en éstos aparece la esperanza, en nuestros logros está la prueba fehaciente de que toda persona tiene capacidades para sobreponerse a pesar de la adversidad.

Varios autores a través de la historia han señalado que el bienestar de una persona, radica fundamentalmente en la forma en que ésta percibe sus circunstancias vitales, independientemente de cómo sean objetivamente. Es decir la forma de posicionarnos ante la realidad con nuestros juicios, valores y creencias y los recursos que pongamos en juego para abordarla es la clave para sentirnos, o no, satisfechos.

Uno de las variables que incide en la felicidad proviene de la satisfacción que logremos con el plan de vida que nos hemos trazado, en el que intervienen proyectos a corto y largo plazo. La capacidad que tenga una persona de proyectarse hace mucho en pos de su satisfacción, algunos autores (Carver & Lawrence; Kaser y Ryan, 1996) señalan que el proceso orientado a la consecución de una meta puede ser más importante que el propio objetivo o meta alcanzada.

Si logramos focalizarnos en nuestros logros aunque éstos hayan sido pocos, si tenemos metas que aún no pudimos alcanzar y estamos dispuestos a conseguirlas nuestra forma de encarar un nuevo año será distinta.

Ahora bien, a la hora de fijarnos proyectos o metas estas deben ser lo más realistas posibles, es decir no tan lejanas o ideales, ya que en general este tipo de metas trae aparejado un alto costo personal debido a que en el caso de no alcanzarlas se incrementa nuestra ansiedad, angustia o se perjudica nuestra autoestima. Uno puede fijarse metas a corto o mediano plazo de menor a mayor complejidad y ver cómo va funcionando, éstas pueden ser parte de un objetivo de vida más complejo que se vislumbre a largo plazo.

Algo común a la hora de realizar el balance de fin de año son las promesas de año nuevo. En éstas nos prometemos que vamos a cambiar muchos aspectos de nuestras vidas y nos fijamos nuevas metas. Las promesas de año nuevo tienen algunas característica: en general, nos prometemos muchas cosas en diferentes aspectos de nuestras vida “voy a pasar más tiempo con mis hijos, voy a ser más responsable con el trabajo, voy a darme un tiempo para mí”, etc. A su vez, estas promesas sueles ser inespecíficas. Por ejemplo, la meta de “voy a ser más responsable en el trabajo”, no involucra un cambio o meta específica como “llegar puntual, organizar mi tiempo de manera de cumplir con el 100% de tareas asignadas, etc”. También estas metas sueles plantearse sin planes de contingencia, lo que quiere decir que no diseñamos la estrategia específica para cumplir con la meta, ni diseñamos un plan alternativo cuando las cosas no están resultando cómo esperábamos.

Para que no nos suceda lo anterior, existen algunas reglas para poder cumplir con las metas propuestas. Para cumplir metas se necesita instalar algunos hábitos. Algunas reglas para instalar hábitos de forma exitosa:

  • Instalarlos máximo de a dos: la fuerza de voluntad es limitada.
  • Unirlos a hábitos ya instaurados.
  • Se necesita ejercitar mínimo 30 días para instalar el nuevo hábito.
  • Ponerse metas mínimas cumplibles (realistas).
  • Metas que tengan un sentido para mí.
  • Crear un plan de contingencia en caso de que la estrategia no esté dando el resultado esperado.
  • Hacer compromiso público (aumenta 10 veces posibilidad de éxito).

Ahora bien, lo más importante es que los objetivos que nos fijemos nos impliquen un desafío para crecer y sentir que avanzamos (esto vale para cualquier ámbito de nuestra vida: familiar, de pareja, laboral, académico, etc.) en pos de nuestro proyecto de vida.

La propuesta, entonces a la hora de proyectarnos al próximo año es focalizarnos en los recursos con los que contamos y que nos permitieron sobrellevar situaciones difíciles, como así también cuáles son mis dificultades o aspectos que debo desarrollar porque allí está la clave que nos permitirá avanzar de manera realista en pos de futuras metas. A su vez, no debemos olvidar lo más importante, todo año que comienza llega repleto de esperanzas de que siempre la vida pueda ser mejor.