“Estoy a horas de jugar el mayor partido de mi vida: cuarta ronda del US Open, en un Labor Day (día del trabajo que se festeja en Estados Unidos el primer lunes de septiembre), en el día del cumpleaños de mi padre, en el Arthur Ashe, televisado por CBS, contra Roger Federer. Estoy a horas de jugar contra el mejor de todos los tiempos, con la posibilidad de conseguir el mejor resultado de mi vida, en mi torneo favorito en el mundo. Estoy a horas de jugar el partido por el que todos trabajamos, por el que nos sacrificamos, en toda nuestra carrera. Y no puedo hacerlo. Literalmente, no puedo hacerlo. Es la primera hora de la tarde; estoy en el transporte que me lleva a las canchas. Y estoy teniendo un ataque de pánico».
El relato, en primera persona, es de Mardy Fish, el estadounidense que supo ser el número 1 de su país pero que en aquel US Open 2012 tuvo que ponerle un stop a su carrera. Cuando ese episodio -que relata en The Players Tribune- sucedió, estaba junto a su mujer, quien fue clave a la hora de tomar su decisión. «Ahora estoy sufriendo reiterados ataques de pánico -al principio uno cada 15 minutos, pero enseguida cada 10. Me estoy volviendo loco. Mi esposa está preguntándome ‘¿Qué puedo hacer? ¿Cómo podemos hacer que esto mejore?’. Y le cuento la verdad: ‘La única cosa que puede hacerme sentir mejor ahora mismo es la idea de no jugar este partido’. Ella duda, me mira por un segundo, para asegurarse de que le hablo en serio. Estoy hablando en serio. Esto que ves no es a mí pensando, este soy yo reaccionando, sintiendo, tratando de sobrevivir. Entonces responde con claridad: ‘Bueno, no deberías jugar. No tienes que jugar. Simplemente, no juegues'».
La voz de Fish resuena en los oídos de quienes lo leen, de quienes ahora pueden comprender lo que él sintió. En el relato, el estadounidense de 33 años cuenta que sus desórdenes de ansiedad comenzaron en 2012, cuando debería haber disfrutado del «punto más alto» de su carrera. Aunque aclara que tal vez todo fue producto de un «largo camino» que comenzó unos años atrás, porque en 2009 -dice- tuvo una «experiencia reveladora». «Tenía 27 años y hasta allí había tenido una linda carrera. Podía estar orgulloso de ella: había ganado la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de 2004, buenos resultados en algunos Grand Slams, había visto el mundo, hecho una buena vida. Pero nada era sostenido». Por eso, explica, cambió sus hábitos y su alimentación, bajando considerablemente de peso, porque creía que su momento de hacer cosas realmente buenas en este deporte era «ahora o nunca». Y los resultados que se dieron en 2010 y 2011 le dieron la derecha, tanto que desplazó a Andy Roddick como el mejor tenista de Estados Unidos y llegó a ser top ten. «Para el 2012, era 8° del mundo. Era todo para lo que había trabajado. Ya no era ‘solo un muchacho más» en el tour. Estaba en la elite».
«Entonces -explica- fue cuando los ataques de pánico comenzaron. Es difícil en estos casos dar una perspectiva de causa-efecto, pero cuando pienso en ello algunas cosas vienen a mi mente. La primera es que mis expectativas cambiaron, tanto externa como internamente, a la par con mi ranking. Mirando atrás, no fue lo más sano. Mi insatisfacción con el status quo -eso que había servido tanto cuando tenía 20 tipos adelante- se volvió algo estresante, y después destructivo, creo, cuando el número se redujo a siete. La idea de que no era lo suficientemente bueno fue una muy poderosa, pero lo peor es que se transformó en un interruptor muy difícil de apagar. Era un arma de doble filo: aunque sabía que me estaba yendo mejor, no era capaz de decírmelo a mí mismo y sólo pensaba en que me fuera aún mejor».
La segunda situación -y más grave- que cuenta Fish fue el arranque de los problemas cardíacos: «Empecé a experimentar arritmias. Mi corazón se volvió un poquito loco, y no era capaz de pararlo. Fue muy aterrador. Me tomé un descanso, tuve una operación para corregirlo, después de la cual estuve ostensiblemente ‘bien’. Pero cuando regresé, en el verano, próximo a Wimbledon, comencé a vivir estos extraños y nuevos pensamientos. Era como que estaba nervioso todo el tiempo sobre algo que iba a pasar, aunque no pasara nada. Y creo que lo que pasé con mi corazón era, en muchos sentidos, este trauma al acecho en las sombras de los pensamientos».
Para entonces, el problema no estaba en el court, donde los buenos resultados seguían, sino fuera de él. «Tenía problemas para conseguir el sueño. No podía dormir solo. Tuve que llevar a mi esposa conmigo, a todos lados, siempre. Tenía que tener a alguien en el cuarto siempre. Era un tipo que amaba estar solo, viajar solo, esa soledad. Me traía paz apagar el celular y pasar un largo vuelo. Pero ya no podía viajar solo. Mis padres tuvieron que venir a Wimbledon. Necesitaba personas conmigo todo el tiempo. Punto. Pero seguía teniendo estos pensamientos, esta ansiedad. Y estaba consumido por ese agotador y confuso temor. Entonces, los ataques comenzaron a ser peores».
«Cuando volvía al hotel, googleaba ‘desórdenes de ansiedad’, ‘ataque de pánico’, ‘depresión’, ‘Salud Mental’… Pero realmente no sabía nada de todo eso. No sabía qué hacer. No tenía ni idea. Al menos, pensaba para mí, no me pasa en la cancha. Y entonces comenzó a pasarme. Fue en ese US Open 2012, al final del verano. Tenía que jugar un partido de noche, en la tercera ronda, contra Gilles Simon. Y los partidos de la jornada nocturna se los dan a los tenistas a los que la gente quiere ver. Y yo era uno de ellos. Después de mucho tiempo, era parte de eso. No era el partido de alguien más. Estaba jugando en ‘El partido de Mardy Fish’. Era especial pero al mismo tiempo estresante. Fue un partido muy emocional, estaba peleando contra mi ansiedad. Y nunca olvidaré cuando pasó el primer y único ataque de pánico que iba a vivir en un court. Estaba dos sets a uno y estábamos 3-2 en el cuarto. Con el rabillo del ojo miré el reloj, que marcaba las 1.15 AM. Y eso, por alguna razón, fue suficiente. Ese fue mi gatillo. Mi mente comenzó a enroscarse: ‘Mi Dios, es muy tarde, me voy a sentir terrible mañana’, y tantas otras cosas que no podía controlar. No tenía idea de lo que pasaba y no recuerdo nada. De alguna forma, terminé ganando los games, el set y el partido. Pero no lo recuerdo en absoluto».
Ese fue su último partido por un largo tiempo. La última vez que pisó el court hasta que regresó este año, cerca de casa, para jugar en Indian Wells. Y ahora atraviesa su regreso al US Open, tres años después de aquel trauma que tanto impactó en su vida. «Volví al US Open. Y aunque creo que puedo seguir jugando en un buen nivel, este será mi último torneo. Después del Abierto, me retiraré del tenis. Esta no es una película de tenis, por supuesto, y no habrá un final de película. No voy a ganar este torneo. Pero eso está bien para mí, porque honestamente esta no es una historia de deporte. Y es importante que mi historia no tenga un vocabulario deportivo. Esta es una historia de vida. Esta es una historia que habla sobre cómo un problema mental alejó el trabajo de mí. Y sobre cómo, tres años después, estoy haciendo este trabajo de nuevo, y haciéndolo bien. Estoy jugando un US Open de nuevo. Esta es una historia sobre cómo, con una correcta educación, conversación y tratamiento, las cosas que una enfermedad mental te quitan, se pueden recuperar».
El recorrido de la carrera de Mardy Fish terminó este miércoles. Después de su victoria en el debut frente al italiano Marco Cecchinato, de apenas 22 años, el estadounidense cayó en Nueva York -allí donde todo comenzó- contra el español Feliciano López por 2-6, 6-3, 1-6, 7-5 y 6-3. Al borde de las lágrimas y acalambrado, Fish dejó la cancha por última vez como profesional. Aunque el partido más importante, el de su vida, por ahora lo está ganando.
Fuente: www.clarin.com